El domingo todo auguraba ser un día maravilloso. Era el día programado
para la travesía en bicicleta de montaña por la ruta Tuluá, Riofrío, Salónica,
Los Alpes, Fenicia, Riofrío y Tuluá. De recorrido eran aproximadamente entre 75
a 80 kilómetros. A pesar de ser el ciclomontañísmo un deporte de alto riesgo, todo
indicaba que nada podría salir mal.
Iniciamos a rodar a las 6 am, y ya había consumido un banano y mucho
líquido.
Primera parada: Riofrío, y para evitar los síntomas de la fatiga, me
comí una barra de cereales, todo era alegría, aún era optimista.
Segunda parada: Salónica. Tal vez eran las 7 am., nos había rendido la
mañana. Decidimos desayunar, y así lo hice: consomé con arepa, para prepararme
pensando en la subida. Hasta aquí fue pavimento, y en adelante trocha, o carretera
destapada hasta Fenicia.
Después de la segunda parada se vinieron muchas más, de Salónica a Los
Alpes fueron entre 13 y 15 kilómetros de pavé, y comenzó el sufrimiento, iniciaron
los espasmos abdominales y el vómito.
En la mitad del trayecto hubo un momento en el cual pensé regresarme. Pero
recordé que el ciclomontañísmo es un deporte de resistencia mental. Cuando se
quiebra tu espíritu, todo se viene abajo. En la mitad de ningún lado no puedes
permitir esa flaqueza mental. La única opción es seguir adelante.
Afortunadamente iba con un buen grupo de amigos, que con su bullying me
ayudaron a sobrellevar el cansancio. Hasta se ofrecieron a comprarme la
bicicleta.
Llegamos a Los Alpes. Parada técnica: Hidratación. Mucho frío, agotamiento,
espasmos abdominales. Según los que conocían la ruta, faltaban 10 kilómetros
más de carretera empedrada, mentiras más, mentiras menos. Ahora sí no había regreso.
Me encontraba a 10 mil metros de la meta
propuesta: Fenicia.
Comenzó el último esfuerzo. Fueron las horas más horribles sobre una
bicicleta. Continuaron los espasmos en el abdomen, las náuseas, sumado al amago
de calambres en la pierna derecha. En esos momentos uno no sabe si admirarse
por su fuerza de voluntad o por su estupidez.
Después de varias horas de duro ascenso por bosques de eucaliptos, por
fin tenía frente a mí el pueblo de Fenicia. Se había cumplido el objetivo principal. Pero
así mismo había traspasado mis límites. Aún faltaba muchos kilómetros por rodar
hasta el punto de inicio: Tuluá.
Pensé que había terminado el sufrimiento. Iniciaba el descenso a
Riofrío. Llegó de nuevo el pavimento. La cosa mejoró un poco, desaparecieron
los dolores en el abdomen. Todo era felicidad por el objetivo alcanzado.
Pero se dice que no hay situación por mala que sea, que no pueda
empeorar. Llegamos a “Gato Cansao” y la velocidad alcanzada bajando era entre 45
y 50 k/h. En una curva, con algo de arena a 45 k/h la rueda trasera de la
todoterreno derrapó y terminé aparatosamente en la cuneta de la carretera. Bendito
sea mi casco. En las fracciones de segundo que duró la caída, sentí dos golpes
muy fuertes de mi cabeza contra el pavimento, y después lo inevitable: la
bicicleta cayó encima.
Mi primera reacción -debe ser a causa del shock por el revolcón- fue ponerme
de pie y examinar mi uniforme, buscando agujeros, a continuación revisarme los
brazos y la piernas, luego inspeccionar la bicicleta. Todo estaba en orden: el
uniforme no sufrió daño, los brazos ilesos y las piernas con raspones sin
importancia, la bicicleta sin novedad. Solo había sido el susto.
De repente sentí una breve molestia en el glúteo derecho. Inmediatamente
pensé en el bolsillo trasero que tiene mi uniforme de ciclismo, y recordé el
contenido de ese bolsillo, ¡mi teléfono celular! Se rompió mi celular. Quedó inservible.
Fue la única baja en la caída. Era la fresa que le faltaba a la torta.
De Riofrío a Tuluá puro terreno llano, pavimento, mucho sol y calor. Ya
no había ánimo, no había fuerza ni espíritu. Regresaron los espasmos en el
abdomen y las náuseas. Justo antes de llegar al corregimiento de Nariño hice la
última parada. ¡No va más!
Los últimos kilómetros entre Riofrío y Tuluá los hice en la parte
trasera de una camioneta de estacas al lado de mi todoterreno. El costo del aventón
fueron 6 mil pesos hasta la calle 30 con carrera 28. Otra salida con
sufrimiento. Creo que es la ruta más dura que he hecho hasta ahora. Llegué a la casa a las 2 y 45 de la tarde.